La longitud capilar que peinaba cada mañana era tan corta que corría el riesgo de parecer un puercoespín si no aplicaba algún ungüento sobre su cabeza.
Una mañana, se despertó algo agitado. Había soñado con una cabellera fuerte que no paraba de crecer. Parecía no tener límite aquel frondoso cabello que ya cubría su cama.
Se despertó exaltado y corrió al baño. Se miró al espejo, dió un manotazo a todos los productos que hasta entonces usaba y cogió un cepillo. Comenzó a cepillarse suavemente, mirándose lentamente para ver que ocurría, una y otra vez. Con cadencia, no paraba de subir a la raiz y bajar hasta la punta de su último pelo. No tenía prisa, sabía que algo grande estaba a punto de ocurrir.
Tras varios minutos, ahí estaba. Una frondosa melena, de un color castaño por momentos cobrizo, cubría sus hombros con un brillo y una fuerza que jamás antes había tenido.
Aquella mañana, Alejandro salió a trabajar como cada día, pero no del mismo modo. Ésta vez, su primera parada no fue para recargar el metrobus. Aquellla mañana, lo primero que hizo, fue comprar un coletero.
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texto: Jesús Galeote
ilustración: aledeariza
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